Si en la NBA hablamos de franquicias históricas nos vienen a bote pronto las dos que tienen más anillos en su haber, las más icónicas, Los Ángeles Lakers y los Boston Celtics. Otra franquicia de leyenda serían los Chicago Bulls, por todo el legado e historia que dejó Michael Jordan, siendo un nexo muy importante en estos tres equipos, los éxitos cosechados dentro de la cancha. Pues bien, otra de las franquicias que podemos considerar entre las tres o cuatro más importantes de la NBA y no precisamente por sus resultados cosechados últimamente, son los New York Knicks.
La franquicia de la Gran Manzana
tiene un aura, un encanto, que la hacen especial. Los casi cuarenta años que
llevan sin conseguir el anillo (el último fue en la temporada 1972-73) o las
siete temporadas sin entrar en Playoffs, no le quitan ni un ápice de su leyenda
desde que se fundó, en el año 1.946.
Uno de los valores que le
hacen ser una franquicia histórica, es sin duda, su pabellón, el Madison Square
Garden. Es la cuna del baloncesto, el lugar más icónico en el mundo baloncestístico.
Un jugador que quiera ser considerado de los mejores del planeta, no llegará a
serlo hasta que no logre hacer una exhibición en el Garden. Gestas de Michael
Jordan, Kobe Bryant o Lebron James, por ejemplo, quedan en la retina del
espectador. En el Madison, lo lógico era ver en la primera fila de asientos,
infinidad de famosos partido tras partido. El glamour era notorio, siendo su máximo
exponente, el director cinematográfico Spike Lee.
Pues bien, tras una larga
travesía por el desierto, los Knicks parecen ver la luz al final del túnel. De
la mano del coach Tom Thibodeau, han recuperado la sonrisa y vuelven a ilusionar
a sus aficionados. El entrenador les ha inculcado una garra y una confianza,
que habían perdido estos últimos años y después de disputar 34 partidos, los neoyorquinos
presentan un balance del 50% (17-17), que muy pocos esperaban a principios de
temporada.
Dentro de la cancha, el
jugador más diferencial está siendo el ala-pívot, Julius Randle. El que fuera
elegido en la séptima posición de la primera ronda del draft del 2.014 por Los
Ángeles Lakers está disputando una fantástica temporada. Tras no despuntar ni
en Lakers, ni en Pelicans, Randle a sus 26 años, se encuentra en el mejor
momento de su carrera. Sus 23 puntos, 11 rebotes y más de 5 asistencias por
partido, lo dicen todo del nivel demostrado por el Tejano. Nivel que le ha valido
para ser seleccionado por primera vez para disputar el All Star Game. Reconocimiento
más que merecido.
Además del citado Randle,
el éxito de los Knicks está siendo el ramillete de jugadores que suman al proyecto.
Jugadores que bien no son estrellas en la liga, pero sí que formarían parte de
la clase media de la NBA, dando su mejor versión al servicio del equipo. El
canadiense R.J. Barrett con sus más de 16 puntos de media o Elfrid Payton con
sus más de 12, aportan anotación en el equipo neoyorkino. El buen hacer en la pintura
de Mitchell Robinson o Nerlens Noel (otro jugador que no ha llegado a dar todo
lo que se esperaba de él), unido a los Reggie Bullock, Austin Rivers, Immanuel
Quickley, Alec Burks o Taj Gibson hacen que los Knicks tengan una plantilla
mucho más compensada que en cursos anteriores.
Mención especial le otorgamos
a la última adquisición de los New York, y no es otra que la del que fuera el
MVP en el año 2.011, Derrick Rose. A sus 32 años, procedente de los Detroit
Pistons, regresa a la que fue su casa en el curso 2016-2017, en la que aportará
sus puntos, su gran nivel de juego y la experiencia adquirida a lo largo de
todos estos años. Derrick vuelve a reunirse con el entrenador que más le ha
entendido en su carrera, Thibodeau, que ya lo dirigió en Chicago y Minnesota.
Con todo esto los Knicks
tienen suficientes mimbres para volver a sonreír después de temporadas
impropias de su historia.