lunes, 27 de enero de 2020

Lo que compartimos Kobe y yo

Triste, apagado, con un cierto escalofrío que me recorre todo el cuerpo. La sensación de que ya nada será como antes. De que una parte de tu vida, un capitulo se cierra definitivamente. Ese mismo sentimiento que sentí cuando nos dejó, también de forma muy repentina, el gran Andrés Montes.

La trágica notícia del accidente de helicoptero, con la muerte de Kobe Bryant, su hija y los otros siete acompañantes, me ha dejado en estado de shock, pero he querido juntar unas letras después de más de dos años sin hacerlo a modo de homenaje. Unas palabras que salen de mi cabeza de una manera muy personal, pero que me apetece compartir.

La NBA siempre me ha acompañado en este camino que es la vida. Me enganchó por completo en mi infancia, con esas batallas Lakers-Celtics en los años 80 y ya desde entonces formó parte de ella. Ese momento de la madrugada, sólo delante de la TV, esperando a ver el partido, era muy especial. Me servía también para relajarme y asimilar todo aquello que me iba pasando en mi vida, durante el día a día. Una sensación que supongo a más de uno le habrá sucedido y que duró unos veinte años, más o menos los mismos años que estuvo Kobe en la NBA.

Mi vida y la de Kobe no se parecen absolutamente en nada, salvo en la edad (él tenía 41 y yo 42), pero sin que él lo supiera compartimos muchas más cosas...

Kobe irrumpió en la Liga con esa chispa, ese descaro que te da la juventud. Esa misma fuerza que me hacían ver madrugada tras madrugada, un partido tras otro, sin que el cuerpo se resintiera. Las retransmisiones junto a Montes y Daimiel eran una delicia y verlas en el comedor de casa de tus padres a bajo volumen para no despertar al personal, no tenían precio. No había problema en trasnochar, el cuerpo lo aguantaba todo.

Los tres primeros anillos de Bryant (junto a un descomunal Shaq) llegaron relativamente pronto. La sociedad funcionó en esos primeros años casi a la perfección y coincidió con mis años en los que uno parece que se va a comer el mundo y todo rueda a favor.  El volumen del televisor dejó de ser un problema en esa época, ya que me independizé y evitaba así que mis padres me miraran como si fuera un bicho raro, viendo la TV a esas horas.

Tras estos años de victorias, llegó una larga travesía por el desierto para el bueno de Kobe. Problemas personales y deportivos le hicieron sufrir y madurar temporada tras temporada. Yo maduré junto a él, descubrí el maravilloso mundo de la paternidad. Coincidir la toma de los biberones con la hora del partido televisado era todo un reto. Todavía lo recuerdo como si fuera ayer. Una época muy bonita, pero de desgaste físico y psíquico, el mismo que tuvo Kobe.

Después de esos años infructuosos, vimos a un Kobe menos individualista. Junto a Pau Gasol, formó una gran pareja interior-exterior que dominó la NBA durante dos años más. Un Bryant, padre de familia, más calmado, al que se le veia disfrutar. Yo también disfrutaba, viendo crecer a mis hijos. Les iba enseñando ese fantástico deporte llamado baloncesto, aunque ya la energía no era la misma que años atrás y las madrugadas iban dejando paso poco poco a los resumenes diarios.

Volvieron años decepcionantes, que junto a una lesión grave en el tendón de aquiles, aventuraban el fin del camino y el momento de la despedida. Una despedida a lo grande, como toda su carrera y que marcaba el inicio de una nueva vida para Bryant. Personalmente coincidió también con el final y el inicio de otra manera de vivir, nuevas compañías, nueva casa, en la cual las noches de insomnio pasaron definitivamente al olvido. El desgaste de todos estos años me habían pasado factura y eso que yo no era el que estaba en la cancha...

Kobe, gracias por compartir conmigo todos estos años. D.E.P.