“Cuando estaba tumbado en el suelo, sin poder moverme
y sin tener nada me habría suicidado si hubiera tenido una pistola en la mano.
No quería seguir viviendo. Al menos no de esa manera”. Estas desgarradoras
palabras salían de la boca de toda una leyenda del baloncesto en la NBA. Uno de
los 50 más grandes jugadores de toda la historia según la propia Liga que a lo
largo de su vida ha tenido numerosas dolencias y que ha pasado casi cuarenta
veces por quirófano. Éste no eso otro
que Bill Walton, un luchador incansable.
William Theodore Walton III, nació en La Mesa,
California. Hijo de unos padres que le inculcaron que nada se consigue sin
esfuerzo y que hay que luchar por aquello que se quiere. De su padre Ted heredó
la afición por la cultura y el arte, pero ni mucho menos el baloncesto. De
hecho el propio Bill lo definiría años más tarde, cómo la persona menos
atlética que ha visto en su vida. De su madre, ese gen competitivo y esas ganas
de luchar que le han acompañado a lo largo de su vida.
El pequeño Bill, se inició en el baloncesto a los
siete años y el hecho que con tan sólo catorce años superara los dos metros de
altura, le animaron a seguir adelante con este deporte. Dio sus primeros pasos
por el Helix High School, en el cual ya empezó a despuntar. Dos campeonatos de
distrito y conseguir un record de 44 victorias consecutivas dan muestra de ello.
Bill creció a pasos agigantados y no sólo en tamaño,
sino en todos los aspectos. Un rebelde insatisfecho con el sistema, cómo el
mismo se había autodefinido. Muy unido
al movimiento Hippie, participaba en todas las manifestaciones en contra de la
guerra de Vietnam y las políticas de Nixon. Seguía una dieta vegetariana muy
estricta y su larga cabellera y su poblada barba pelirroja (de ahí su apodo
“The Big Read Head”, el gran pelirrojo), unido a su corpulento cuerpo le hacían
parecer un ermitaño.
Walton tras terminar su paso por la escuela ingresó en
la Universidad de UCLA. Una universidad, que apenas dos años antes había tenido
a un jugador de la talla de Lew Alcindor (Kareem Abdul Jabbar) y en la que Bill
estaba dispuesto a ser un pívot dominante y referente. Y he aquí, en la
Universidad de UCLA, donde conoció a una persona muy influyente en él a lo largo
de los años, el entrenador John Wooden.
Wooden, un entrenador de carácter muy conservador y
con el que viviría (sobre todo al principio) una tormentosa relación. Un
ejemplo de ello se vivió cuando el joven jugador se presentó a entrenar con su
melena y su barba pelirroja, a sabiendas que a su entrenador no le iba a gustar
demasiado. Wooden le insistió en que se la quitara, el californiano se negó.
John lo miró y le respondió: “Está bien Bill, admiro a la gente que tiene
firmes convicciones y pelea por ellas. Yo también soy uno de ellos, así que, lo
siento, te voy a echar de menos”. Ante semejante órdago, Walton no tuvo más
remedio que afeitarse para poder volver al entreno.
Sus múltiples enfrentamientos terminaron en unión. Walton
acabó por agradecerle sus mejoras en el juego y por su ayuda también fuera de
la cancha. Wooden incluso llegó a sacar de la cárcel a Walton por entrar a la
fuerza en un edificio público.
Entre 1972 y 1974 UCLA encadenó 88 victorias
consecutivas y conquistó los dos campeonatos de la NCAA y Walton se convirtió
en el completo dominador de la Liga Universitaria. Aún hoy se le considera por
muchos como el mejor jugador universitario de baloncesto de la historia.
Sin embargo los problemas físicos comenzaron a hacer
acto de presencia, hecho que le seguiría el resto de su carrera deportiva. Tras
perderse partidos en su última temporada en UCLA dio el salto a la NBA de la
mano de los Portland Trail Blazers, que no dudaron en seleccionarle con el
número 1 en el Draft de 1974.
En su primer año en la NBA, pese a un inicio de
temporada prometedor, las lesiones marcaron su presencia a tan sólo 35
partidos. Sus más de 12 puntos y 12
rebotes de media en su año de rookie son dignos de mención. Su segunda
temporada, fue prácticamente un calco que la primera. Buenos números
estadísticos, pero mala a nivel de lesiones y en conjunto para los de Oregon.
Su tercera temporada sería la de su consagración.
Lideró a los Blazers a conquistar el anillo, a pesar de que las lesiones
siguieron haciendo mella en su cuerpo. Tras una final apasionante ante los
Philadelphia 76ers del Doctor J, Portland se llevó el gato al agua al ganar la
serie por 4 a 2. Gracias a sus acciones logró ser MVP de la final.
Al año siguiente se comenzó a ver incluso a un mejor
Bill, el cual logró el MVP de la temporada regular, hasta que su pie izquierdo
dijo basta. Y aquí empezó su calvario, que le tuvo que hacer parar y tomarse un
periodo sabático. Un tiempo que a la postre fue definitivo ya que aunque su
entrenador lo definió como “el mejor jugador, el mejor competidor y la mejor
persona que he conocido” cuando ganaron el campeonato, su desencanto con los
médicos de los Blazers hizo que Walton abandonase Portland. The Big Read Head se
convirtió en agente libre, y decidió jugar con los Clippers, en San Diego. Por
aquel entonces los Clippers tenían su estadio y su afición allí.
La vuelta al Oeste no fue todo lo bien que Bill
hubiera deseado. Los años en los Clippers fueron prácticamente inéditos. Aunque
jugaba un partido por semana, para evitar su desgaste físico, las lesiones se
siguieron cebando con él. En su última temporada (ya en Los Ángeles), consigue
participar en 67 partidos, aunque sus promedios han descendido y ya no son los
de antaño.
Walton ve que a sus 32 años necesita un cambio de
aires e intenta recalar en un equipo con aspiraciones a ganar el anillo de la
NBA. Su llamada a Boston fue recibida con recelo, pero Larry Bird, la estrella
de los Celtics, no dudó en abrir las puertas del Garden a Bill que se unió a un
equipo conjuntado y claro favorito a ganar el anillo.
Y ese cambio al Este fue como volver a nacer para
Walton. Se unió a los Celtics y fue tal la confianza depositada en él, que
decidió jugar como nunca e ignorar el dolor. Formando parte de la segunda
unidad del equipo (Dennis Johnson, Danny Ainge, Larry Bird, Kevin Mc Hale y
Robert Parish eran un cinco inicial exquisito e inamovible), se pudo volver a
ver la mejor versión del gran pelirrojo. Por este motivo llegó a ser nombrado
Mejor Sexto Hombre de la temporada.
Era tal la ilusión que tenía Bill que contagió a Bird
y compañía a conquistar el anillo. De hecho, las palabras de las estrellas de
los Celtics dan fe de ello. El mismo Larry, tiempo después, declaró que durante
toda la temporada habían jugado tan duro como habían podido, y siempre lo
habían hecho por Bill. O Kevin McHale, ése ala pívot (versátil como pocos),
confirmaba la admiración que le tenían todos: “Ves a un tipo tan viejo como él,
con el cuerpo más machacado de entre todos los deportistas, actuando como si
fuera un chaval de instituto, y es algo divertido e inspirativo al mismo
tiempo. Cada partido era un desafío, y nunca dejó que olvidáramos eso”. En
definitiva, la admiración por este viejo rockero fue unánime.
Walton demostró años más tarde, que esa admiración
había sido recíproca. En su autobiografía, llegó a proclamar a esa plantilla
como la mejor plantilla de la historia para salvar no solo su carrera, sino su
vida, o a comparar a Larry Bird, con Mozart o Michelangelo.
El paso de Bill en Boston, fue breve pero intenso. Las
anécdotas estaban a la orden del día. Un día entrenando en el Garden, Walton se
presentó sin avisar con el grupo de rock psicodélico “The Grateful Death”.
Grupo del cual, el bueno de Bill era un declarado fan. De hecho, llegó a verles
actuar en más de 650 veces. Incluso, en una gira del grupo por Egipto, llegó a
tocar la batería con ellos. Las caras de Bird, Parish y compañía debieron ser
un poema, al ver aparecer a todo el grupo sin saber quiénes eran. Todo este
episodio, terminó con la invitación de la banda al concierto que daban esa
misma noche y con una pachanga de baloncesto, al día siguiente en el Garden.
Nueve años más tarde, con un baloncesto exquisito de
los de Boston y en una final apasionante contra Los Ángeles Lakers, Walton
conseguiría su segundo y último anillo. Es de obligado cumplimiento para todo
amante del baloncesto, haber visto esta Final de 1986.
Pero lo que todo era alegría, se convirtió en tristeza
justo al año siguiente. Su cuerpo dijo basta y con tan sólo 10 partidos, tuvo
que retirarse del baloncesto.
Tras la retirada, Walton pasó a ser comentarista de la
cadena ESPN, labor que se vio recompensada en 2001 al recibir un premio al
mejor comentarista deportivo. Si bien cara a la galería su vida parecía ser de
color de rosas, lo cierto es que su vida era un auténtico infierno. Años y años
en los que el dolor era lo único que le acompañaba. Los intensos dolores no le
dejaban dormir, tenía que comer tumbado y a duras penas era capaz de moverse. En
2009, no aguantó más y dejó el trabajo por sus problemas de espalda. Tal era el
sufrimiento que en una entrevista llegó a declarar: “piensa en ser sumergido en
una tinaja electrificada con ácido hirviendo en su interior…eso no sería nada
con el dolor que he sufrido”. Y fue en
ese preciso momento en el que se le pasó la cabeza dejar de luchar. Pensó que
si no vivía dejaría de sufrir y el suicidio rondó por su cabeza, pero una vez
más, no se rindió y siguió hacía adelante.
Afortunadamente y tras una última operación en 2010, Walton
dejó de sufrir y sus dolores desaparecieron, y con ello su vida volvió a la
normalidad.
Quien sabe donde podría haber llegado Bill si las
lesiones le hubieran respetado, lo que sí está claro es que ésta es la historia
de un luchador incansable.